Por Jhon Jairo Martínez Cepeda on Miércoles, 24 Mayo 2023
Categoría: Nuestras Voces

Una acción colectiva no tan lógica

Recientemente Veolia, líder mundial en servicios ambientales y la firma francesa de investigación y consultoría, Elabe, dieron a conocer los resultados de lo que han llamado el Barómetro de la transformación ecológica con el objeto de preguntar a los ciudadanos del mundo, en una encuesta con representatividad estadística en 25 países que representan el 60% de la población mundial y el 68% de las emisiones globales de carbono, si están dispuestos a aceptar los cambios necesarios para enfrentar el cambio climático.

Para resumir el resultado muy rápidamente: sí, hay conciencia sobre la amenaza climática, hay disposición para aceptar los costos que implica enfrentar el reto e incluso hay estrés por la perspectiva futura, “eco-ansiedad” que implica cambiar decisiones de la vida diaria ante el horizonte percibido1.

La consulta es por lo menos iluminadora porque parte del punto de vista del ciudadano, entendiendo que es este el que deberá aceptar e implementar gran parte de los cambios que se requieren. Lo que llama la atención es por qué si existe tal nivel de conciencia no se han logrado avances y consensos más rápidos en cuanto a las medidas a tomar, los mecanismos de acción política deberían funcionar y reflejar en decisiones y acciones las medidas necesarias, pero por supuesto, no es tan sencillo. La inercia de la actividad económica no puede ser detenida, pero seguramente sí enrumbada.

El asunto de los incentivos que tienen los individuos para actuar frente a bienes públicos (aquellos en los que no se puede excluir el consumo del otro, como el medio ambiente) ha sido estudiado por los economistas hace ya décadas, la primera referencia notoria y reciente sobre estos aportes la dio el economista sueco Mancur Olson que en la Lógica de la Acción Colectiva (1965) estudió cómo el ánimo del beneficio individual puede llevar a la llamada “tragedia de los comunes”2, aquel fenómeno en el que los pescadores, por ejemplo, pueden llevar al agotamiento del recurso piscícola en un lago pues cada uno de ellos trata de extraer el máximo posible para su propio beneficio, esa es justamente la tragedia, un sistema en el que los hombres se encuentran atrapados, pues su racionalidad individual los lleva a ruina en una sociedad que da acceso libre a los bienes comunes.

Otros modelos que encantan a los economistas son los de la llamada teoría de juegos y el famoso ejemplo del dilema del prisionero, un juego en el que dos sospechosos de un crimen son interrogados por separado, si cooperaran podrían evadir su pena, pero no lo hacen ya que cada uno busca salvarse a sí mismo. Este simple ejemplo ha sido piedra angular de toda una rama de la economía que busca entender cómo reaccionan los individuos a los incentivos y cómo la lógica individual puede llevar a consecuencias colectivas perjudiciales.

Pero los postulados sobre la acción colectiva y sus nefastas consecuencias no son necesariamente pesimistas, parten de un diagnóstico, pero no profundizan en sus mecanismos de corrección. Eso es justamente lo que hizo la premio Nobel de economía sueca Elinor Ostrom que en El Gobierno de los Bienes Comunes (1990) plasmó su trabajo con decenas de comunidades que usan recursos comunes alrededor del mundo para concluir que es posible lograr un uso sostenible de los recursos a través de acuerdos institucionales (reglas de uso, información, sanciones progresivas, autogestión, etc.). Para Ostrom estos acuerdos institucionales a nivel de las comunidades son una alternativa a los mecanismos exclusivamente de mercado (privatización) o a la estatización (el Leviatán) que no han resultado una solución a su juicio.

Es fácil escalar, en un ejercicio mental, las conclusiones de la Lógica de la Acción Colectiva, o de la tragedia de los comunes al problema del cambio climático, pues operan los mismos principios: la acción y el beneficio individual como prolegómeno del desastre colectivo; sin embargo, no es fácil escalar las soluciones institucionales de Ostrom a los acuerdos que se requieren para 8.000 millones de habitantes, por eso otras ramas de la economía trabajan en otras soluciones.

Toda esta discusión no es menor, pues se trata de cuestionar los principios mismos del pensamiento económico tradicional (clásico y neoclásico) que basa toda su construcción teórica en el supuesto del racionalismo individual, aunque, como ya se ha visto, puede llevar a irracionales decisiones colectivas, pero otros pensadores más recientes, entre ellos los premios Nobel de economía Daniel Kahneman (recordado por su magnífico “Pensar rápido, pensar despacio” de 2011) o Taller, han ido más allá al señalar que incluso las decisiones individuales son muchas veces no racionales, pues no contribuyen al bienestar individual, a esto se le conoce como la economía del comportamiento, que ha abordado el problema ambiental por ahora lateralmente, centrando sus instrumentos y posibilidades en hacer que los consumidores tengan un consumo más consciente.

Otros muchos economistas siguen trabajando en las soluciones que se puedan dar usando los mecanismos de mercado. Para el economista premio Nobel francés, Jean Tirole, uno de los principales problemas es que el mecanismo principal de compromiso de reducción de emisiones, las Contribuciones Nacionalmente Determinadas (NDC, por sus siglas en inglés), es una herramienta voluntaria en la que los países no tienen el incentivo del compromiso real de reducción por una razón sencilla: los beneficios son de largo y plazo y colectivos y los costos de corto plazo y locales. No obstante, Tirole en “La economía del bien común” (2016) reconoce los avances que se han venido dando a nivel mundial en varios frentes y manifiesta su preferencia por mecanismos como los derechos de contaminación negociables, un instrumento en el que los países establecen metas de reducción nacionales y por industria de modo que quien contamine menos de los niveles establecidos pueda vender su “cupo” a quienes están por encima, esto garantizaría una eficiencia en la que las reducciones más baratas de hacer se hagan de inmediato, no sería una política igualmente eficiente ordenar, por ejemplo, que todos los sectores redujeran sus emisiones a la mitad, pues para algunos sería demasiado costoso y para otros muy barato hacerlo, dejando de reducir unas toneladas de CO2 que podrían eliminarse.

Tirole también analiza el mecanismo del impuesto al carbono y llega a la conclusión de que es necesario llegar a acuerdos internacionales sobre el precio del carbono, la medición y el control independiente de las emisiones y abordar el problema de la equidad entre países a través de la posibilidad de transferencia de países desarrollados a países en desarrollo, pues el argumento de estos últimos para ser más cautos en su reducción de emisiones es que los países desarrollados han logrado su acumulación de capital a costo cero ambiental, es decir contaminando sin pagar.

Pero las discusiones que buscan solucionar el problema del cambio climático en el modelo de inercia actual no se centran exclusivamente en los instrumentos económicos, en este momento hay un esfuerzo bárbaro a nivel mundial para encontrar soluciones desde la tecnología. En “Como evitar un desastre climático” (2021), el magnate tecnológico y filántropo Bill Gates, se concentra en las posibles soluciones que permitan sortear las emisiones de las cosas que más fabricamos (concreto, acero y plástico), la energía que consumimos, la forma en que nos transportamos, cómo producimos alimentos o la forma en que calentamos y enfriamos las cosas. Es de recordar que la humanidad ya ha pasado por una amenaza de supervivencia y la solucionó a través de la tecnología, en los años 60 la gran amenaza era la sobrepoblación y la hambruna, pero la revolución verde, a través de los fertilizantes superó el asunto de la producción de alimentos, centrando el problema del hambre en la distribución de los mismos. Irónicamente, el impacto de los fertilizantes en la acidificación de las fuentes hídricas y los océanos es uno de los límites planetarios que hoy se encuentra bajo amenaza.

En todo este recorrido hay un patrón común, se requieren acuerdos ya sea a nivel comunitario, local o mundial, ya sea con instituciones que permitan explotar sosteniblemente los recursos o con negociaciones globales que eliminen la “tragedia de los comunes” alineando las necesidades de largo plazo con los costos de corto plazo, de otro modo cuando el macroimpacto ambiental sea ya una cuestión de hoy no habrá tiempo de reacción.

El reto climático implica una participación coordinada de los diferentes miembros de la sociedad que permita avanzar de forma más decidida y rápida hacia las soluciones. Esta es una discusión que no es solo de los Estados, sino también de los ciudadanos y de las empresas.

Veolia por su parte ha emprendido una serie de acciones que la ubican, no solo como líder en soluciones medioambientales, sino como líder en el debate del desafío climático. Además del barómetro de la transformación ecológica, Veolia ha promovido, en medio de su plan estratégico y también con cobertura global, su consulta a grupos de interés INSPIRE, en la que miembros de las instituciones gubernamentales, ambientales, comunidades, clientes, proveedores y accionistas le han dicho a Veolia que esperan que sea “conectora” entre los diferentes actores para construir soluciones concertadas. Asimismo en Colombia, los grupos de interés han dicho que esperan de Veolia “influencia” para lograr acciones contra el cambio climático. Está claro que la gente no solo se da cuenta de la inminencia de la amenaza, sino de la necesidad del liderazgo para llegar a acuerdos.

En consonancia con el barómetro los grupos de interés también le piden a Veolia avanzar en la innovación (el cambio tecnológico), la reconversión de energía y la descarbonización. En todas estas peticiones ya hay acciones.

Veolia en su plan Resource se ha puesto metas para la eficiencia en el uso de los recursos energéticos, ha pedido también a sus operaciones en todo el mundo desarrollar sus planes estratégicos a 2027 considerando las emisiones de carbono y sus planes de reducción y ha lanzado al mercado su oferta de descarbonización.

Bajo el entendido de que ya hay soluciones adoptables (Las soluciones están aquí) Veolia ha decidido actuar en campos como la aceleración del reúso de aguas residuales (Francia, Marruecos), la eliminación del carbón como fuente de energía (reducción de emisiones en un 22% en 2034), la promoción de la economía circular en plásticos, la promoción de la recuperación de residuos peligrosos, la transformación de las emisiones de metano de los rellenos sanitarios en CO2 y la búsqueda de su uso como fuente de energía, restaurando la biodiversidad y los ecosistemas, midiendo la calidad del aire dentro de las edificaciones y promoviendo la innovación en áreas relacionadas con nuevos servicios energéticos, la cadena de alimentos (bioconversión y agricultura urbana), los nuevos ciclos de materiales, el reto climático y la salud y nuevos contaminantes.

En Colombia Veolia ya implementa varias de estas acciones, su meta de mayor impacto es la reducción del 70% las emisiones de metano a 2027 producidas por sus rellenos, el plan ya está en marcha y es uno de los pioneros a esa escala en el país, lo cual es consecuente con las metas que se ha puesto en Estado colombiano en reducción de emisiones. Hay también desarrollos importantes en reciclaje, compostaje, proyectos en tratamiento de aguas residuales y exploración permanente en el aprovechamiento de residuos peligrosos.

Sin duda el reto es muy grande, pero como señala la CEO de Colombia-Panamá, Judith Buelvas, también es muy grande nuestra capacidad para crear soluciones y generar cambios.


1 En general los colombianos tienen un nivel de conciencia más alto que el del resto del mundo, el 88% de los colombianos están convencidos de que el cambio climático está en curso y que su origen es antrópico (75% en el resto del mundo), el 71% piensan que los costos del cambio climático serán mayores que las inversiones necesarias para evitarlo (67% en el resto del mundo), pero al mismo tiempo el 77% piensa que el futuro aún está en nuestras manos (60% en el resto del mundo).

2 Aunque este término realmente fue introducido por Garret Hardin en 1968.


La opinión expresada en esta entrada de blog es de exclusiva responsabilidad de su autor y no necesariamente reflejan el punto de vista de Pacto Global Red Colombia.

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