Al iniciar cada semestre la clase de pregrado de Liderazgo y Sostenibilidad en la Universidad del Rosario, le pregunto a los estudiantes cuáles son las principales competencias que resaltan de un buen líder. En su mayoría, describen características relacionadas con las habilidades blandas de una persona: ser un buen comunicador, tener inteligencia emocional, promover el trabajo en equipo, ser respetuoso, entre otras. Cuando evaluamos las características de un mal jefe, evidentemente asocian cualidades contrarias a las positivas, pero también refuerzan con otros comportamientos negativos como el micromanagement o control excesivo, el egoísmo, la terquedad o la mala comunicación.
Con este ejercicio hemos llegado a concluir que la figura de liderazgo para los jóvenes no es la de una persona con formación académica de excelencia, ya sea con un pregrado, especialización, maestría o doctorado, pero tampoco la del líder con 20 o 30 años de experiencia laboral en su sector. Para los estudiantes, las competencias exitosas de un líder están simplemente relacionadas con las de una persona que los trata bien.
Es importante mencionar que cuando se habla de liderazgo no resaltamos a quien más carisma tiene. El líder es reconocido por cómo piensa, actúa y trata a otras personas; es quien logra establecer una visión compartida e invita a otros a ejecutar proyectos o iniciativas con compromiso, energía y entusiasmo.
El liderazgo es un gran viaje que requiere de energía, humildad y perseverancia. El retorno de ese liderazgo es impactar positivamente en los proyectos que se emprenden, en las personas con las que se trabaja y en la cultura organizacional de la que es parte.
Artículo publicado originalmente en La República
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