Cuando uno habla de equidad, diversidad e inclusión, hay un foco puesto en el cierre de brechas, la reducción de las desigualdades, y las acciones afirmativas. Las “acciones afirmativas” son aquellas medidas que toman “otros” (empresas, gobiernos) para cerrar brechas y acabar con las desigualdades, sean sociales, económicas, culturales, de acceso (por ejemplo, a la salud, a la educación, al empleo). Poco consideramos que las acciones afirmativas, más allá de ser políticas públicas o empresariales, son también acciones individuales que podemos tomar todas las personas con el fin de eliminar aquellas barreras que impidan el ejercicio efectivo de nuestros derechos. Porque, al fin y al cabo, todas las personas nos hemos enfrentado a algún tipo de barrera en algún momento de nuestras vidas. Ese hecho debería hacer que todos tuviéramos una mayor conciencia en materia de inclusión.

Sin embargo, no es común la toma de conciencia en materia de equidad, diversidad e inclusión. No es común que desde nuestro actuar diario pensemos en que podamos tener un impacto en el cierre de brechas. Salvo que nos hayamos tenido que enfrentar directamente a alguna situación que nos haya exigido una acción, una reflexión, o simplemente dejar de lado la indiferencia, es poco probable que nos apropiemos del tema. Deberíamos, puesto que, de entrada, todos somos diferentes.

Nos cuesta ser conscientes de la necesidad de respetar, reconocer y hacer valer los derechos que tenemos. No es para menos, de estos asuntos de inclusión, diversidad, equidad y corresponsabilidad poco se conversaba. Hasta hace relativamente poco se pusieron estos temas sobre la mesa, se incluyeron en las agendas de desarrollo y se empezaron a analizar, a medir, a comprender. Apenas estamos comprendiendo el impacto del desconocimiento de los derechos de quienes históricamente han sido excluidos por cuestiones de género, etnicidad, edad, discapacidad, estatus migratorio u otras razones. Apenas estamos robusteciendo instrumentos para asegurar que todos contentos con las garantías y herramientas necesarias para poder participar.

Precisamente por esta razón, caemos en la trampa de delegarle a otros la responsabilidad que tenemos en eliminar barreras, cuando en realidad somos corresponsables. Somos nosotros quienes a través de nuestras actitudes, conductas y comportamientos ponemos la primera barrera. Es a través de nuestro ejemplo que impactamos nuestros círculos inmediatos de influencia (familia, amigos, colegas) y esto genera un efecto multiplicador, una externalidad positiva. Somos nosotros los catalizadores. Somos nosotros quienes conformamos los equipos que toman las decisiones, que implementan procesos, medidas políticas. Las instituciones, las empresas, las entidades públicas las conformamos nosotras las personas, la sumatoria de personas diferentes, muchas de las cuales hemos vivido o vivimos algún tipo de exclusión.

Y es que cuando empezamos a ver las cosas desde otra perspectiva, empezamos a entender que esa eliminación de barreras (actitudinales, físicas, comunicativas, tecnológicas) que parece tan etérea depende es de las acciones diarias de una sumatoria de personas. Comprendiendo eso así, es claro que está en nosotros hacer de nuestros entornos lugares más incluyentes. Todos tenemos que poner si la meta es lograr un mundo con mayor equidad e inclusión. La invitación y el llamado a la acción es preguntarnos diariamente: ¿Qué estoy haciendo yo en materia de inclusión y diversidad en mi día a día? ¿Qué más puedo hacer? Toda acción individual, desde el más mínimo ajuste actitudinal que tengamos en el trato hacia los demás hace la diferencia y suma.


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