No más moda insostenible

5fd4013503034 61f9a   Imagen de referencia. FOTO: iStock

Por: Jennyffer Vargas Laverde

Acaba de terminar quizás la época de mayor compra de ropa del año y justo esta semana fue noticia el desierto de Atacama de Chile, por haberse convertido en uno de los botaderos de desechos textiles más grande de América Latina. Pero lamentablemente este no es el único espacio donde la ropa desechada de diferentes partes del planeta está generando graves problemas de contaminación; en la Unión Europea se reportan ocho millones de toneladas de residuos textiles al año y se estiman alrededor de 92 millones de toneladas de estos desperdicios en el mundo, con el agravante que algunos pueden tardar hasta más de 500 años en descomponerse, debido al tipo de tejido y los productos químicos usados en su creación.

Naciones Unidas (ONU) en varias oportunidades ya ha alertado sobre el notable impacto negativo de la industria textil en el ambiente, siendo la tercera industria manufacturera más grande del mundo, después de la automotriz y la tecnológica, pero la segunda más contaminante del planeta. El movimiento global Fashion Revolution ha señalado además que esta industria no solo afecta el ambiente por su destino final sino también porque en la confección se producen más de 1.600 millones de toneladas de emisiones de dióxido de carbono (CO2) que la ubican en el segundo lugar de este tipo de emisiones, después de la industria petrolera.

Aproximadamente en la producción de un kilo de textil, son usados 0,6 kilos de petróleo y emitidos dos kilos y medio de CO2, sin contar los kilogramos de carbono generados en su transporte. La Agencia Internacional de la Energía afirma que en un solo año es capaz de emitir 1,2 billones de toneladas de CO2, el 10 % del total de las emisiones globales de carbono, lo que constituye más que las causadas en conjunto por el transporte marítimo y aéreo internacional.

Asimismo, organizaciones como Changing Markets Foundation suman a esta situación el problema del origen de los materiales que son utilizados en la fabricación, como la viscosa, que se encuentra en la celulosa de las plantas y cuya extracción contribuye a la degradación ambiental no solo por la deforestación que se da en algunos bosques amenazados, sino porque para convertir esta materia prima en fibra se vierten grandes cantidades de químicos tóxicos que afectan además la salud de las personas.

Adicionalmente el programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente estima que la producción de ropa contamina aproximadamente el 20 % del agua potable del mundo. Este organismo informa que para fabricar un jean se usan más de 7.000 litros de agua, es decir lo que necesitaría una persona para su consumo durante siete años y otros estudios dicen que para hacer una camiseta de algodón se requieren más de 2.000 litros de agua, el equivalente a la necesidad de este líquido preciado de una persona durante dos años y medio. Estudios revelan que las cinco prendas de vestir más usadas en todo el mundo son camisetas, jeans, zapatos, ropa interior y abrigos, y se calcula que a nivel mundial la huella hídrica anual es de 93.000 millones de metros cúbicos, es decir, igual a la necesidad de consumo de cinco millones de personas.

Finalmente, las prácticas de consumo exacerban aún más esta problemática que incide de manera dramática en el cambio climático. Cada vez se compra más ropa, casi el doble que hace dos décadas, al tiempo que se le da menor uso debido al crecimiento del modelo de negocios de moda rápida o fast fashion, que ha reducido cerca de una tercera parte su uso durante este mismo periodo de tiempo. Ya las colecciones no se piensan por las cuatro estaciones del año, sino que prácticamente cada mes las grandes tiendas ofrecen nuevos modelos. Se calcula además que, en promedio, en un país como Reino Unido una persona utiliza una prenda máximo tres años y luego la desecha, no solo por su deterioro sino porque simplemente pasa de moda según datos del Waste & Resources Action Programme (WRAP). En occidente se estima que el promedio por persona es usar una prenda máximo diez veces y que incluso en ciertos países el 40 % de la ropa que se compra nunca se usa. Según la Fundación Ellen MacArthur, durante el primer año después de la compra, el 60 % de la ropa se deja de usar.

Por esta razón, es urgente que tomemos conciencia de esta situación y que desde diferentes sectores generemos cambios que ayuden a mitigarla. La ONU advierte que de no hacerlo para el 2030 aumentarán en más del 50 % sus emisiones de gases de efecto invernadero y en los próximos 10 años el consumo en un 64 %.

En este sentido, el informe del Banco Mundial “Una nueva economía textil: rediseñar el futuro de la moda” presenta el llamado que la Fundación Ellen MacArthur y la Circular Fibres Initiative hacen a la industria textil para repensar su modus operandi. Se trata de replantear no solo el modelo fast fashion sino de hacer más eco-eficente el sector y aprovechar mejor los recursos materiales, ya que según sus estudios menos del 1 % del material que se emplea en la fabricación de ropa a nivel mundial se recicla y se usa para confeccionar nuevas prendas, lo que además significa para la industria una pérdida de más de 100.000 millones de dólares al año en materiales.

Es indiscutible el aporte económico que genera la industria textil por la generación de ingresos y de empleos, pero se debe buscar que además genere impactos positivos en el entorno social y ambiental, es decir que sea sostenible. Ya algunas empresas han empezado este camino y están explorando nuevos materiales y modelos de economía circular apoyados en nuevas tecnologías y en ejercicios de investigación que impulsan la innovación para una producción y un consumo más responsable.

Se están extrayendo desechos del mar para la fabricación de calzado y ropa. También se está experimentando el uso de cáscaras de frutas para sustituir pieles, tintes naturales para evitar uso de químicos, uso de propiedades de los textiles en la fabricación de aislantes térmicos y sonoros en viviendas y cuartos fríos, etc. Así mismo se están desarrollando iniciativas de post consumo para hacer más eficiente el proceso productivo al tiempo que se reducen desechos y se crean nuevos hábitos en los compradores.

En el instituto europeo de Protección ambiental y sensores (IOS) se están convirtiendo desechos textiles en materias primas secundarias libres de combustibles fósiles; la lana, el algodón y el poliéster están siendo decolorizados, despolimerizados bioquímicamente y sometidos a un tratamiento basado en la hidrólisis, sacando por ejemplo del poliéster ácidos que pueden ser utilizados para producir plásticos, del algodón jugo de glucosa que se usa en el bioetanol y de la lana proteínas que se pueden utilizar como resinas no tóxicas en la madera, con lo anterior están dinamizando los modelos de negocio de economía circular en la industria.

Desde América Latina también se están generando importantes aportes aprovechando su riqueza cultural y biodiversidad, así como desarrollando esquemas comerciales que favorecen artesanos y comunidades vulnerables que están siendo vinculadas en diferentes eslabones de la cadena de valor de la industria. Así se expuso el mes pasado en Mola Week Colombia, un Programa de la Fundación Uruguaya de carácter internacional “Entre Soles y Lunas”, que promueve un movimiento internacional de moda sostenible en latinoamericana con la regeneración de su cadena de valor para crear una industria más justa, equitativa y representativa de latinoamericana. La Fundación colombiana Hilo Sagrado y la empresa social de moda sostenible Evea Eco Fashion también son un ejemplo de esta contribución desde la región. Se diferencian estas iniciativas de las europeas ya que además de la innovación ambiental están generando una importante innovación social con la promoción de producción no masiva, local y materiales biodegradables que impulsan la tendencia del slow fashion.

Por último y curiosamente, organizaciones como Saveonenergy de Reino Unido han identificado además, como uno de los pocos beneficios de la pandemia, la reflexión en torno al uso de la ropa; se observó que las personas en casa dejaron de usar muchas prendas y se cuestionaron sobre lo que había en sus closets, lo que incrementó las búsquedas en Google sobre reciclaje de prendas y según su estudio en 10 países de Europa, las poblaciones de Irlanda, Alemania, los Países Bajos y Francia son la más inquietas en esta búsqueda y las de Luxemburgo, Eslovenia y Eslovaquia las menos, siendo el calzado lo más reciclado en el 70 % de los países analizados y los jeans en el 30 %. En la Unión Europea ya se estableció la meta de que todos los Estados miembros desarrollen para el 2025 la recogida selectiva de sus residuos textiles.

Así empresas y consumidores están aportando a la transición de la industria hacia la sostenibilidad, no obstante, en nuestra región es necesario que se tomen medidas desde los gobiernos para fortalecer la regulación ambiental y gestionar de manera más efectiva los residuos. Actualmente llegan al mar medio millón de toneladas de microfibra al año, el equivalente a 50.000 millones de botellas de plástico, con la diferencia que éstas no se pueden extraer. Por eso es urgente que se exija a productores y consumidores mejores prácticas y que se pongan a disposición puntos y contenedores apropiados para su recogida que permitan su reutilización antes de llegar a los botaderos. En el mundo aproximadamente solo entre el 8 y el 10 % de ropa se recicla y en una ciudad como Bogotá, donde se podría aprovechar el 97 % de las cerca de 110.000 toneladas de desperdicios textiles al año, sin contar ropa de cama y alfombras, solo se recicla el 5 %.

Falta mayor acción en gobiernos nacionales y locales, no solo con cambios en políticas y legislaciones, sino con incentivos a las empresas, actores del sector, centros de investigación y a la ciudadanía para diseñar nuevos productos, desarrollar nuevas técnicas y formatos de comercialización, acompañados por campañas de información y educación para aumentar la conciencia pública y las prácticas de reducción de consumo, recuperación, reparación, reutilización, reciclaje, y adecuada disposición final de productos de la industria textil.

Para esto es fundamental que se inicie por llevar estadísticas de estas prácticas, realizar informes, análisis de normas y legislación y estudios confiables que permitan llevar trazabilidad y control de los impactos para así orientar de manera más apropiada sobre rutas a seguir para aportar a una industria textil más sostenible con una regulación más adecuada y un soporte institucional decidido.

También es importante dar impulso al intercambio de prendas, la donación con causas sociales y a la recuperación de oficios tradicionales para incentivar la reparación y reutilización que alarguen la vida útil; así mismo es importante generar mayores exigencias como por ejemplo en el etiquetado para que haya mejor información al consumidor y recicladores sobre materiales en textiles y mayores iniciativas para tratar de controlar la sobreproducción, ya que la responsabilidad del consumo indiscriminado no puede ser solo de las personas sino también de las empresas.

Se deben apoyar acciones como la de la ONG Clothe Moda Sostenible ubicada en Bogotá que promueve la donación, compra y reciclaje adecuado de todo tipo de textil y en cualquier estado, o la de la Fundación "Limpia tu Closet", que ha recolectado en una campaña de "cultura del desapego” 160 toneladas de ropa en buen estado que no se está usando para personas que la necesitan y de las cuales ha donado el 80 % a más de 80.000 colombianos y migrantes de escasos recursos o afectados por desastres naturales como en Mocoa, Ituango y Chocó. En los últimos seis años en compañía de la empresa American Eagle han recolectado más de 50.000 jeans.

Qué nos queda por hacer a los consumidores, tomar mayor conciencia e informarnos más sobre procesos de fabricación de las prendas que adquirimos para decisiones de compra más responsables, idear nuevas formas de combinación y reutilización de prendas, reparar y donar más, explorar alternativas como el intercambio, contemplar la compra de ropa de segunda mano, tratar de comprar solo lo necesario y a productores locales, y en la limpieza de nuestra ropa ahorrar la mayor cantidad de agua posible y usar productos amigables con el ambiente, con estas acciones desde nuestra individualidad podemos aportar a una industria textil más responsable y asumir la responsabilidad que nos corresponde frente a la moda que está siendo insostenible.

Fuente: El Tiempo