Erradicar el trabajo infantil, pacto que se reafirma en Bogotá

La práctica está estrechamente relacionada con la informalidad y el desempleo en los hogares, por lo que las estrategias de persecución contra los empleadores o los padres de familia se quedan cortas en el objetivo de recuperar a los menores de las plazas de mercado y los comercios.

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Foto: JOSE VARGAS ESGUERRA

Por: Laura C. Peralta Giraldo - Periodista sección Bogotá – El Espectador

Los esfuerzos por erradicar el trabajo infantil en Bogotá no cesan. Según el Departamento Administrativo Nacional de Estadística (DANE), casi 60 mil niños, niñas y adolescentes trabajan en plazas de mercado, comercios e, incluso, en sus hogares. Todos, lejos de la escuela.

Para tratar de contrarrestar la problemática, el Distrito y el Gobierno Nacional firmaron un nuevo pacto con la Organización Internacional del Trabajo (OIT), para promover una cultura de cero tolerancia con esta práctica, la realización de jornadas de sensibilización con padres y empleadores y una fuerte vinculación del Instituto Colombiano de Bienestar Familiar (ICBF).

La firma se dio a finales de julio en Corabastos, la plaza mayorista más grandes del país y uno de los principales focos del trabajo infantil en la ciudad. Pero el panorama es más amplio: las localidades donde más se reportan casos son Usme, Ciudad Bolívar, Bosa, Kennedy, Suba y Engativá, según cifras del Observatorio Saludata. Actualmente la Secretaría de Integración Social acompaña 158 casos de menores trabajadores: 77 menores de 6 años y 81 que están entre la infancia y la adolescencia. De todos, 48 niños se encontraban en contexto de mendicidad.

Explotación o acompañamiento

Aunque las cifras de menores trabajadores en apariencia han disminuido frente a años anteriores, erradicar este fenómeno no es tarea fácil. Para empezar, no se sabe exactamente cuántos menores de edad están laborando, pues definir qué es trabajo infantil y qué no, resulta difícil a la hora de diferenciar entre laborar y acompañar al padre.

Sobre el primer punto, expertos afirman que, debido a las consecuencias económicas de la pandemia, el número de menores laborando aumentó. “Por las brechas digitales y el desempleo, los menores abandonaron la escuela y empezaron a migrar a espacios de informalidad y de trabajo no deseado, para concretar recursos para sus hogares. Parece haber una regresión”, indica Iván Daniel Jaramillo, investigador del Observatorio Laboral de la Universidad del Rosario.

Sin embargo, el DANE expone que los casos vienen bajando. En 2019 había 71.411 niños en condición de trabajo en la capital y para 2021 la cifra disminuyó a 62.310. Sobre el presente año se indica que el dato está en 60.000.

Ahora bien, es común ver a niños, niñas y adolescentes sentados en los andenes, mientras sus padres limpian la ventana de un carro en un semáforo. También, ver a un menor acompañándolos en las plazas o comercios. Este acompañamiento, para muchos, puede ser una vulneración de los derechos del menor, pero para otros es la alternativa de tener cerca a su hijo y protegerlo de algún riesgo en su ausencia.

“Si de mí se tratara, no me traería a mi hijo mientras trabajo, pero ¿con quién lo dejo? No lo puedo dejar solo, eso es más peligroso. Él sale de estudiar y lo recojo. Aquí, al menos, sé qué está haciendo y dónde está”, cuenta Wilson, un vendedor ambulante y padre soltero de un niño de siete años que a diario lo acompaña en la venta de tinto y dulces en el centro de la ciudad.

Trabajo infantil e informalidad

“El trabajo infantil en Bogotá es una problemática estructural. Uno no puede ver solo a unos padres malvados que quieren explotar a sus hijos. Esa es una mirada obtusa y errada, que no entiende los factores económicos, sociales y de género que influyen para que un niño termine trabajando en la ciudad”, dice el concejal Julián Rodríguez, quien el año pasado denunció en el cabildo que seguía la problemática. También lo cree el investigador Jaramillo, al indicar que ante la inoperancia del Estado o cuando no hay respuesta a las crisis, las familias se ven obligadas a llevar a los hijos a estos espacios.

“Ellos me acompañan los fines de semana. No creo que esté mal. Los tengo conmigo y me ayudan. A veces les dan más dinero a ellos que a mí”, relata Gabriela, mujer y madre venezolana que se dedica a limpiar vidrios de los carros en los semáforos. Ella llegó a Colombia hace cinco años y estabilizarse laboralmente ha sido complicado, por lo que, por temporadas, sale a las calles a buscar sustento. Y aunque sus dos hijos estudian en la mañana y en la tarde los cuida una amiga, los sábados y domingos no tiene otra opción que llevarlos con ella.

Entre otras cosas, los expertos aseguran que un menor en condición de trabajo no solo puede sufrir rezagos en su ciclo educativo, sino también en su ciclo de desarrollo físico y emocional. Para cambiar este panorama fue que se firmó el nuevo pacto contra el trabajo infantil. A las manzanas del cuidado, creadas por la Administración, se suman otros programas del Distrito. El plan es que los niños estén donde tienen que estar: en la escuela. “Los niños y niñas tienen el derecho a ser amados. Necesitan estudiar, tener buena salud, el derecho a jugar, hacer deporte y al ocio. Ahí está el futuro y el correcto desarrollo del menor”, concluye Mauricio López, director ejecutivo de la Red Colombiana del Pacto Global.

Estrategias de Bogotá para frenar el trabajo infantil

Las secretarías de Educación e Integración Social tienen programas para redirigir a los niños a la escuela. Educación cuenta con ‘Suma de Sueños’ y ‘Volver a la Escuela’, que acompañan a los menores para que sigan su proceso escolar. Virginia Torres, directora de Inclusión de Poblaciones, dice que “si bien los niños aportan con su labor diaria de trabajar, no sostienen los hogares. Les explicamos a los padres que lo que generan es mínimo frente a lo que pueden lograr si culmina sus estudios”.

Integración, por su parte, tiene los Centros Amar, sitios de atención a menores: “Hacemos acompañamiento psicosocial a las familias; apoyo nutricional a los niños y las niñas, y actividades pedagógicas”, señala Patricia Bojacá, directora poblacional.

Fuente: EL ESPECTADOR